Esa mujer pintada de lúgubre rosa, navegó entre tristes pensamientos, frente a su pálido cuerpo, un espejo indiferente la veía con crueldad, aquel reflejo de tonalidades grises, azules y blancas, denota su frágil espíritu; sus cristalinos ojos a punto de crear diamantes traslucidos, revelan una historia triste y delirante; sus parpados caídos demuestran como su alma ha ido muriendo con el tiempo; su largo, negro y rizado cabello cae sin vida sobre sus redondos y rígidos senos, sus erectos pezones dejaron de tener la fuerza de alguna época.
Observó su vientre sin ánimo, sus largas piernas ostentaban su debilidad, temblaban y con dificultan la lograban sostener, cuando el diluvio proveniente de su rostro empezó, sus piernas cedieron dejándola caer sobre la inerte silla que a su espalada se encontraba, después de meditar durante horas, recobró el aliento y como impulsada por continuar con aquella tediosa rutina se vistió, arregló su alcoba, se quedó observando el paisaje, el viento atronador intentó cruzar la ventana, ella involuntariamente la abrió, entraron ráfagas de olores dulces y ácidos, era época de vuelo de cometas, ondeaban y coleteaban, jugando a querer escapar, pero no lo hacían aunque tuvieran posibilidad, por miedo a perderse y quedar en completa soledad.
Observa con atención, pensamientos del pasado se acercan cautelosamente abriendo su temible boca para tragar lo que le queda de vida a aquella sombría silueta posada en la ventana, ésta reacciona y al verlos acercarse los espanta como puede, sus ojos vuelven a humedecer, el recuerdo del pasado sigue latente, no se esfuma, queda allí, y al igual que un parasito, aprovecha cualquier desfase para seguir absorbiendo vida, dándole una molestia más al que lo aguarde, mientras el parasito disfruta de aquel dulce placer de crear dolor, empieza a ocupar un lugar tan grande que oprime el corazón, no lo deja actuar como debe, cada vez más, sus latidos se van perdiendo y apagando.
Vuelve a respirar, se llena de suaves olores, es momento de dulces pensamientos, se levanta, busca en el cajón más cercano unos chocolates, los ha coleccionado durante años, están por todas partes, pero jamás ha comido uno solo desde aquel día, día de espada, una de doble filo, en el primero, reflejo de alegría y belleza y por el otro de dolor y tristeza. Ahora es distinto, sigue cogiendo otro, lo toma, lo abre, lo huele, lo siente y finalmente lo saborea, le llega un pensamiento alegre, sus mejillas se sonrosan, el frío que ha sentido en los últimos años se empieza a perder, toma otro y repite el mismo procedimiento, sus ojos de gris pálido empiezan a cobrar vida en contraste con el resto de su cuerpo, de nuevo, un rayo de alegría vuelve a iluminar su interior. Repite esto hasta agotar la existencia de chocolate en su habitación, probó de toda clase de chocolates y de toda forma también, está rebosante de alegría, la sangre le hierve, se desviste, primero se quita la blusa color negro, que es mucho más grande en comparación con su diminuto cuerpo, observa su ombligo, es pequeño y alargado, ya no está pálido, ella lo nota y sonríe para sí, deja mostrar una tez blanca sonrosada, su espalda ahora recta, armonizaba a la perfección con sus limpios y suaves hombros, se fue quitando el resto de la ropa a excepción de las prendas interiores, sus piernas, ahora fuertes, mostraban un bello arco, sus pies delgados le daban una fuerza superior a todo su cuerpo, sus colores, antes grises se esfumaron juntos con el olor de la niebla, vio el cielo despejado y antes de hacer cualquier otra cosa, subió a la silla que se encontraba en su escritorio, buscó a ciegas la caja que se encontraba en lo más alto y alejado de la repisa, que a su vez, se encontraba a la derecha de su puerta y a la izquierda del escritorio, cuando la encontró, saco la carta y la rosa ya marchita que una vez, el que intentó matar su delicada alma le dio un día de dulce y tierna primavera, bajó con ambas cosas en la mano derecha y con la izquierda palpó por última vez sus labios, y recordó por un minuto aquel beso inolvidable que la convirtió por ese momento en la mujer más dichosa en el universo, pero que a la vez, fue la puerta al abismo de sus penas y desdichas, cuando volvió en sí, buscó inmediatamente con su mano libre dentro del armario la espada que obtuvo de la herencia de su padre, era de plata, con incrustaciones de rubíes y zafiros, la alzó con fuerza, y con ella, cortó sobre su piel, en lado derecho de la cadera lo que le quedaba de ropa, dejando mostrar una gran mariposa negra llena de vida, y con otra fisura más profunda en la espalda, soltó la prisión en donde sus senos se encontraban cautivos, dejándolos respirar, su piel, suave como los melocotones emanaba un olor de dioses, la sangre que salía de las fisuras le dio un bello contraste con su blanca y sonrosada piel, sus labios, se volvieron rojos como el carmín, iguales a los de aquella lejana época en la que atraían la mirada de cualquier tipo de espectadores, salió por la ventana, y corrió como nunca antes, junto con la rosa marchita, la carta dañada y envejecida, y la espada ensangrentada, las cometas continuaban ondeando, cuando llegó al abismo abrió los brazos y se lanzó, como intentando volar, rebosante de alegría y con la presión que el aire ejercía mientras caía, se clavó la espada en el corazón atravesando por completo el pecho hasta llegar a la espalda, su alma por fin libre, se elevó junto con las cometas, mientras su inerte y desnudo cuerpo seguía cayendo con una sonrisa aun en el rostro, las cometas de la fuerza que el viento ejercía, no soportaron estar más tiempo retenidas, millones de cuerdas se rompieron en segundos dejándolas libres mientras volaban todas ellas junto con la nueva mujer que ahora lograba ser parte de un todo y a la vez de la nada, el cuerpo se esfumó antes de caer, la espada, cayó sobre el cálido césped atravesando la carta y llenándola de sangre a su vez, mientras un rosal, crecía en segundos a su alrededor, desprendiendo un olor tan fuerte a chocolate, que nadie, ni en millones de años pudo explicar la razón de su procedencia.
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